Era un grandote con alma de chico y su voz finita no se condecía con su porte. Desde las calles de Parque Patricios conquistó el mundo del boxeo en la época más brillante de la categoría pesado. Fue el primer pugilista en codearse con la crema artística de Buenos Aires, que lo disfrutó también en su faceta de actor y cantante. Era zurdo, pero con su fuerte derecha mandó a la lona a más de un desprevenido. Peleó con guapeza contra campeones de la talla de Joe Frazier, Jimmy Ellis, Floyd Patterson y hasta el mismísimo Muhammad Ali, al que en la previa logró sacar de las casillas y sobre el cuadrilátero tampoco se la hizo fácil. A Oscar Natalio Bonavena le faltó acaso la gloria de una corona mundial; sin embargo, el popular Ringo obtuvo debido reconocimiento a fuerza de piñas, nobleza y simpatía. A 44 años de ser asesinado a sangre fría de un escopetazo en la puerta de un prostíbulo en la ciudad estadounidense de Reno, crónica del deportista que inmortalizó las ravioladas televisadas de domingo junto a su mamá, doña Dominga.
* Los inicios. El joven Bonavena soñaba en el gimnasio de Huracán, club de sus amores, con llegar a ser como Rocky Marciano, aquel campeón mundial de peso pesado que se retiró invicto. Aunque a veces Ringo perdía la chaveta, como cuando le mordió una tetilla al norteamericano Lee Carr mientras peleaba en los Panamericanos de San Pablo en 1963, y la Federación Argentina de Boxeo lo castigó con un año de suspensión.
Pero el díscolo pugilista transformaba errores de juventud en virtuosas aventuras, ya que la mentada sanción no le impidió foguearse en los Estados Unidos, donde consiguió nueve victorias al hilo, cinco de ellas en el Madison Square Garden. Tras caer ante el estadounidense Zora Folley, decidió volver a la Argentina ya con la sanción cumplida.
El 4 de septiembre de 1965, en la velada con mayor afluencia de público en la historia del Luna Park, con más de 28 mil espectadores, Gregorio Peralta -campeón argentino de la máxima categoría- defendía su cinturón ante el histriónico y pendenciero Ringo.
«Díganle a Peralta que lleve la cédula porque después de la pelea no lo va a conocer ni su vieja… Este muchacho fue campeón porque yo estaba en Nueva York. Lo único que me hace falta es que el referí sepa contar hasta diez», se pavoneaba el retador, que logró derribar a Peralta en el quinto asalto y se quedó con el título. «Somos del barrio, del barrio de la Quema; somos del barrio de Ringo Bonavena», bramaba el público desde las gradas. Nacía la leyenda. Pero el cetro le duraría apenas un año.
* Hazte fama. Bonavena no sólo se dedicó a boxear. También participó en tres películas, grabó un disco con el grupo uruguayo Los Shakers (que tuvo en «Pío pío» su primer corte de difusión), actuó en teatro de revistas y hasta tuvo su propio programa de TV.
Era evidente que sus actividades extraboxísticas hacían que su rendimiento tuviera altibajos. Así lo reflejaron las caídas ante Frazier (en dos oportunidades) y Ellis. No obstante, fue preparando el terreno para la que resultó su pelea más significativa.
* Duelo de bravucones. Si bien no hubo ningún título mundial en juego, pocos olvidarán la noche del 7 de diciembre de 1970 en el Madison Square Garden, cuando el otrora Cassius Clay -que volvía al ruedo tras negarse a luchar en la Guerra de Vietnam- se plantó cara a cara con el más argentino de los boxeadores. En la previa, Ali aseguró que su contrincante le duraría unos nueve rounds. Pero Bonavena contraatacó con una doble ofensa: lo tildó de «gallina» y lo llamó «Clay», su nombre de nacimiento antes de convertirse al islam, lo que sacó de eje al nacido en Louisville.
En el combate a 15 rounds ambos se repartieron golpes a gusto e incluso el Madison se paralizó cuando Bonavena llegó a tener a su oponente a su merced en el décimo. Sin embargo, en el último asalto Ringo tocó tres veces el suelo y Ali se quedó con la pelea con una certera combinación de golpes. Tras la contienda, Ringo se disculpó por sus palabras en la antesala y calificó de «campeón» a Ali, quien a su turno aseguró que el argentino había sido un adversario de fuste y al que había que tener en cuenta.
* El declive. En 1972 ocurrieron dos hechos significativos pero bien disímiles en la vida de Bonavena: fue vencido por Patterson y se transformó en un verdadero pionero al contratar de su propio bolsillo para su querido Huracán al talentoso Daniel Willington, que años antes había sido ídolo de Vélez Sarsfield.
Ya no era el boxeador de antes y el ocaso flotaba en el aire. Sin embargo, el 1° de noviembre de 1975, el estadio de Corrientes y Bouchard se volvió a llenar como en sus mejores jornadas para asistir a una nueva victoria de Ringo ante su compatriota Reinaldo Gorosito. Sin saberlo, el ídolo se despedía así de su público.
* Malas compañías. Con la promesa de que tendría una revancha con Ali, Bonavena firmó un contrato de representatividad con Joe Montano, quien a su vez lo transfirió al siciliano Joe Conforte, propietario en Estados Unidos del «Mustang Ranch», un prostíbulo del estado de Nevada disfrazado de casino.
En febrero de 1976, Ringo le ganó a Billy Joiner en Reno. En plena decadencia, vivía en una casa rodante cerca del citado burdel. Aquél sería su último combate, porque la cuenta regresiva rumbo a una inesperada muerte se inició con la amistosa relación que mantenía con la señora Sally Conforte, devenida manager del boxeador. Y este vínculo no era precisamente del agrado de su marido mafioso, que en la madrugada del 22 de mayo ordenó a Ross Brymer, guardaespaldas del «Mustang Ranch», que acabara con el insistente Ringo, que pretendía entrar de prepo al citado burdel. Una de las seis balas de aquella escopeta Remington 30-08 atravesó el corazón de Bonavena y le provocó la muerte instantánea a los 33 años.
El cuerpo del boxeador, que dejó un registro de 58 peleas ganadas, 9 perdidas y 1 empate, fue velado una semana después en el Luna Park y despedido por unas 150.000 personas. Verdadero icono de la porteñidad, Ringo dejó la huella de su potente pegada, el recuerdo de su generosidad y una estatua a él dedicada en su amado Parque Patricios.
Fabio Lannutti/Página 12.