Será siempre el primero. No había en Chubut ningún peleador que conquistara aquel cinturón tan buscado, el celeste y blanco de los campeones argentinos. Ni hablar de aquellos tiempos en donde cada figura parecía ser mejor que otra y cada velada en el Luna Park representaba una función de gala. En esos tiempos donde el boxeo nacional tenía brillo propio, un chubutense les marcó el camino generacional a los Matthysse, los Narváez y los Saldivia.
Héctor Ricardo Palleres, de él se trata, había nacido en Trelew el 26 de noviembre de 1942. Y solía reconocer que en sus 28 peleas como aficionado, fue vencido una sola vez por el inolvidable “chileno-comodorense” Juanito Sánchez. Empezó a “tirar” guantes en la Cordillera, guiado por Juan Campilongo y debutó como profesional en 1968 en Esquel noqueando técnicamente en tres vueltas a Patricio Leguizamón. Se mantuvo invicto en el despegue de su carrera –lo venció Bruno Urra recién en su séptima salida- y exactamente un 8 de enero de 1971 pesando 69 kilos, capturó el primer título argentino para una provincia, hasta entonces. Sin historia pugilística. “Disfruté mucho de esa noche. Por la gente que me alentó como nunca y porque estaba pasando por mi mejor momento deportivo”, solía recordar de aquella noche en la que se adueñó del blanco pantalón.
Su rival había sido Ramón Pereyra, un boxeador que venía de ser spárring de Emile Grifiths, dueño de un jab incisivo y de ataque sostenido que sin embargo no fue obstáculo para cumplir su primer gran sueño en el boxeo. “Creo que le gané bien, sin discusiones. La sensación fue inolvidable porque tengo presentes a mi madre y a mi esposa en el ring side. Se me vino el mundo abajo y aún hoy, los recuerdos son muchísimos”, contaba Palleres, algo alejado de los flashes pero nunca desvinculado del todo del deporte que lo apasionó.
Decía no ser el mejor, no se lo creía. Y admitía con orgullo que quien lo despojó de su cinturón fue nada menos que Miguel Ángel Castellini, quien años después se convertiría en una figura estelar y hasta llegó a coronarse campeón del mundo tras superar al español José Durán. “No hay que olvidarse de quién era. Yo lo conocía del Servicio Militar que había hecho en Bariloche. Pegaba fuerte y me pescó justo. Yo me sentí mareado y el árbitro no me dio el pase. Creo que hubiera podido seguir y quizás con otra piña hasta me hubiera despertado”, bromeaba el ex boxeador que se había radicado en Rawson.
En aquellos tiempos no existía la sucesión de títulos absolutos, interinos, alternativos, de clase B y de organizaciones “flojas de papeles”. Para ser proclamado campeón sudamericano (una faja que orgullosamente conservaba en el living de su casa) tuvo que viajar especialmente a Capital Federal para subirse a la balanza y dar la categoría, cumpliendo a pie juntillas con el reglamento. Antes había expuesto la corona nacional en dos oportunidades ante el mismo rival y excampeón, Ramón Pereyra y frente a Raúl Orlando, llenando siempre de bote a bote el gimnasio de la Sociedad Española de Esquel. Sus números cerraron tras el adiós en Corrientes y Bouchard, noqueado por Juan Alcides “Yanni” García el 26 de mayo del ’73 y combatiendo ya como peso medio, la antesala casi de su adiós con los guantes. Su récord quedará para la historia con 30 ganadas (13 por la vía rápida); 4 derrotas y 3 empates. Hizo un total de 40 oficialmente registradas al menos aunque con una curiosidad: en Trelew, su ciudad natal, ganó 4 peleas y empató la restante con Hipólito Martínez en 1969. Héctor Palleres era sin embargo, bastante crítico, tan noble como “arisco” para los reconocimientos. Prefirió siempre el bajo perfil y transmitir en silencio sus vivencias con la idea de que el boxeo era siempre una “puerta abierta” a la oportunidad, pero no la única. Se jubiló como empleado en el Banco Provincia del Chubut y durante años fue un ilustre vecino del barrio Covitre, donde muchos ni siquiera conocían de su glorioso paso por los rings.
Dicen que tenía un físico envidiable, gran velocidad y un estilo fino, vistoso y eficaz con un cross zurdo y al hígado que no solía fallar. Sus fotos en El Gráfico y el rigor de las revistas especializadas lo reflejaron en su verdadera dimensión: un campeón que llegó desde las tierras lejanas de la Patagonia. En silencio, como fue su propia carrera, su vida misma se despidió esta semana llevándose aquel primer cinturón que llenó de orgullo al boxeo de ésta tierra. Fue el primero y también será inolvidable.
Ismael Tebes/PdS