Sergio Víctor Palma logró, hace exactos 40 años, una proeza que sólo había conseguido Víctor Emilio Galíndez un año antes: ganar un título del mundo en los Estados Unidos. Lo intentaron Luis Angel Firpo (1923), Luis Federico Thompson (1960), Jorge Fernández (1962), Gregorio Peralta (1964) y Ramón La Cruz (1968). Ninguno pudo. Palma sí y por eso entró en la historia: el 9 de agosto de 1980 en Spokane, en el estado de Washington, noqueó en 5 rounds al campeón Leo Randolph y se alzó con la corona de los supergallos de la Asociación Mundial. Fue el principio de un ciclo breve pero imborrable. Más que un boxeador exitoso, dueño de una voluntad de acero, Palma sigue siendo un hombre cálido, sensible, pensante, articulado, con inquietudes artísticas y un discurso que, en su momento, sedujo aún a quienes reniegan de lo que pasa arriba de los cuadriláteros.
Pero todas esas facetas quedaron de lado a la hora de cumplir con el sueño de su vida: ser campeón del mundo. Impresiona repasar las imagenes de aquella pelea, la fiereza de la mirada, la determinación con la que salió a barrerlo a Randolph, campeón olímpico cuatro años antes en los Juegos de Montreal 1976. A los 30 segundos, una derecha voleada estalló en la mandíbula del estadounidense y le aflojó las piernas. Fue el anticipo de un vendaval de golpes. Maestro en el combate cuerpo a cuerpo, Palma castigó arriba y abajo lanzado como una máquina imparable. Como si la vida le fuera en cada impacto. Derribó dos veces a Randolph en el primer round y le dió una soberana paliza en el segundo. Cuando llegó al rincón para que lo atendieran Santos Zacarías, su hacedor y Tito Lectoure, su manager, estaba agotado. Había dado todo en 6 minutos. «Pero me conformé pensando que si yo me moría del cansancio, Randolph, que había recibido todo lo que le tiré, debía estar mucho peor que yo» le comentó años más tarde a quien esto escribe.
Palma dejó pasar el 3º y el 4ª round para recuperar el aliento y en el 5º apuró de nuevo. Volvió a asestarle otro derechazo a Randolph y lo mandó a la lona. Cuando se levantó, su piernas temblorosas y su mirada vidriosa y extraviada, convencieron al árbitro sudafricano Stanley Christdoulou (el mismo de Galíndez-Kates y Castro-Jackson) de que lo mejor era evitarle el suplicio de seguir en pelea y decretar el nocaut. Fue el final de Randolph: tras la sonora derrota y varios días de internación en el hospital de Spokane para reponerse de la tunda, abandonó el boxeo.
Ocho meses antes, el 15 de diciembre de 1979, Palma había perdido en Barranquilla (Colombia) y en un fallo ajustado ante el local Ricardo Cardona, su primera oportunidad de ser campeón del mundo. Pero en aquellos tiempos, Lectoure pisaba fuerte en la AMB: consiguió la revancha directa para Palma, aunque tuvo que cambiar el rumbo: el 4 de mayo en Seattle (EE.UU) Randolph le ganó a Cardona por nocaut técnico en el 15º y último asalto y heredó la defensa obligatoria ante el chaqueño. El estadounidense era más hábil que el colombiano pero menos vigoroso. Palma igual lo pasó por arriba.
De ahí en más, la vida no fue la misma para él. Tanto que hasta tuvo que abrir una oficina en un hotel del centro de Buenos Aires. Fue tapa de infinidad de revistas, le llovieron contratos para actuar en televisión, hizo un programa de radio (Round de Música y Palabras por Radio Splendid) y grabó un disco con canciones y poemas de su autoría. La revista El Gráfico le organizó una gira de reportajes por todo el país bajo el lema «Un argentino que hay que conocer» y el dictador Videla quiso recibirlo y fotografiarse con él en la Casa Rosada. Era el desquite luego de tantas privaciones. Nacido el 1º de enero de 1956 en La Tigra, un paraje del Chaco al que el calificativo de humilde le queda enorme e hijo de una pareja de obrajeros, Palma se convirtió en un personaje nacional, tema de conversación cotidiana para millones de personas.
Su estilo de pelea, rudo y vehemente. y la necesidad de plantarse en la corta distancia por la escasa longitud de sus brazos acortaron su ciclo de campeón. Sus combates eran durísimos y eso le fue minando las energías, a la par del desgaste de la relación con su entrenador Santos Zacarías. Hizo cinco defensas de su título entre 1980 y 1982 y el 12 de junio de ese año en Miami, el dominicano Leo Cruz (a quien había derrotado un año antes en el Luna Park) se quedó con su corona. En 1983, el chubutense Juan Domingo Malvares lo noqueó en 6 rounds y ahí decidió el retiro que interrumpió entre 1989 y 1980 con dos peleas. Pero el fuego sagrado ya se había extinguido. Y la tarea ya había sido cumplida. De sobra. Desde la nada misma, Sergio Víctor Palma consiguió lo más importante: ser reconocido como campeón dentro y fuera de los rings. Le ganó la pelea a un destino ingrato. Hace algunos años que la salud le viene jugando malas pasadas, pero su nombre está adherido para siempre a la historia. Hace 40 años fue el segundo boxeador argentino que logró un título del mundo en los Estados Unidos. Vinieron otros después a recorrer el camino que Palma dejó marcado. Con sangre, sudor y gloria.
Daniel Guiñazú/Especial para Página 12.