Yo tenía seis o siete años, no más. Y nunca volví a sentir tanto miedo como aquella noche. No era para menos: mi papá y un tío estaban planeando todo. Los escuché decir que se iban a ver al Gigante de la Feria. Pensé en El increíble Hulk, el hombre verde, revoleando cajones de frutas y verduras por los aires de Guaymallén. Enfurecido y con cientos de hombrecitos tratando de terminar con él. Entonces el miedo se volvió terror.
De carne y hueso
El paso de los años me hizo saber que El Gigante de la Feria no era un personaje de ficción ni de historieta al que debiéramos temer. Los años también me enseñaron que en esa época hubo monstruos por doquier. Había nacido un 18 de octubre en San Rafael y se había criado en Tunuyán hasta que en sus años mozos se radicó en la calle La Pampa de Guaymallén. En la casa de un tío. ¡Cerca de la Feria! Así había nacido esa ligazón indestructible, que lo acompañará siempre.
Figueroa llegó a medir casi dos metros de estatura. Pesaba 93 kilos. Tenía brazos y piernas larguísimos y se ganó la vida en el Mercado Cooperativo de Guaymallén (el de la calle Sarmiento) acarreando bolsas de papas, cajones de tomates y zapallos del año desde los camiones hasta los puestos de venta, y desde allí hasta los camiones o camionetas de los compradores. Para verlo entre la multitud solo había que alzar la mirada a lo más alto.
En la década del ´70 Figueroa se había convertido en boxeador. Y a los efectos promocionales, el apelativo de Gigante le calzaba tan justo como sus guantes a la hora de subir al ring de boxeo. El paso de los años y de las lecturas me llevaron a imaginarlo tan inmenso como a Gulliver, ese personaje gigantón tomado prisionero por seres casi microscópicos. Y el lanzamiento de otra lectura, mendocina y más reciente en el tiempo –la obra de Rolando López sobre el pugilista Alejandro Lavorante- me hizo acordar de aquella anécdota infantil. Entonces salí a buscar al Gigante de la Feria. Para tenerlo cara a cara.
Piedra libre
Lo encontré en Facebook, donde suele estar hoy gran parte de la humanidad. Fue gracias a una búsqueda indirecta, de gente vinculada al boxeo, porque eso de que vamos dejando huella en las redes también es cierto. También un amigo me asistió con un contacto. Así las cosas, consulta va, consulta viene: ahí estábamos. El y yo. Cada uno del otro lado del celular. Figueroa tiene 66 años y se jubiló tras 25 años como empleado de la Municipalidad de Guaymallén, adonde prestó servicios en el área Seguridad.
¿A qué se dedica hoy Figueroa?
Estoy trabajando la tierra, acá, en la zona de Kilómetro 8. Un día vino mi hijo, Diego, y me propuso: ¿Querés que trabajemos la tierra? Y, bueno… Yo siempre lo hice, así que me puse. No es mucha tierra pero está bien sembradita. Tenemos rúcula, radicheta, acelgas y puerros. Y ahí vamos pasando el tiempo, para no pensar en cosas que uno no debe pensar…
¿Le toca dar el agua y esas cosas?
Y sí. A la chacra siempre hay que ir bien temprano, aunque ahora, por el frío, voy más tardecito.
Figueroa cuenta que ese hijo lleva parte de la cosecha a compradores que esperan en la Feria de Guaymallén. Y la pregunta se cae de madura…
¿Ha vuelto a la Feria que lo vio brillar y donde fue famoso?
De vez en cuando voy. Lo que pasa es que ya no queda gente de aquella época. Le estoy hablando de entre 1977 y 1982 cuando era un mundo de gente el que me seguía, cuando todos me nombraban.
Y, un poco sí. Yo miro mucho boxeo por el canal Space, pero ya no es lo mismo. Me gustaba mucho (el filipino Manny) Pacquiao. Lo he visto a Maravilla (Martínez) volver a pelear a los 45 años pero no sé si estaba en buenas condiciones para hacerlo. Ahora dicen que volvería a pelear contra un japonés.
¿Por qué dejó de boxear aquel Gigante de la Feria?
Porque ya no había rivales. Porque el boxeo cayó. Porque en el estadio Pascual Pérez dejó de haber boxeo…
A mi madre, que era bien alta y de brazos bien largos. Mi papá era morrudo. Le encantaba el boxeo a mi papá pero nunca llegó a verme en el ring.
José Luis Verderico/Uno Mendoza.