Nazarena Romero (26) lleva la cuenta exacta de los días que transcurrieron desde que la pandemia lo alteró todo. El 20 de marzo, cuando empezó a regir el aislamiento social, preventivo y obligatorio, debía combatir en Buenos Aires con la jujeña Julieta Carrizo por el título mundial interino supergallo de la Asociación Mundial de Boxeo. “Primero iba a ser sin público y luego se canceló. Fue un bajón, pero entendí la situación”, dice la catamarqueña que vive en Córdoba desde hace casi una década. “Estoy entrenando y esperando la nueva fecha”, añade. Y exhibe su optimismo con una frase que repetirá varias veces: “No hay mal que por bien no venga”.
“Capricho”, que se ganó el apodo por su insistencia en el gimnasio, está invicta en 10 peleas desde su debut profesional en 2018. En abril del año pasado obtuvo el título continental de peso gallo y ocho meses después ganó las fajas argentina y sudamericana de la categoría superior. “Mi izquierda es poderosa. Cuando meto esa mano mis rivales se tambalean de lo lindo”, cuenta la pugilista que forja sus ilusiones en el Centro Vecinal de barrio Los Álamos bajo las órdenes del entrenador Manuel Albarracín. “Voy a ser la primera campeona del mundo de Catamarca”, asegura Nazarena, que tiene como manager a Carlos Tello (h) y es la única mujer que integra la escuadra de Sampson Lewkowicz, el promotor uruguayo que acompañó a Sergio “Maravilla” Martínez en su esplendor. “Tengo dos sponsors -Casa Fioretti y Bulonera Centro- que me bancan para que pueda vivir de esto, y también me ayudan la municipalidad de Recreo y el gobierno catamarqueño. Está duro el tema económico y más con la inactividad, pero seguramente con el título se acercarán otras personas”, cuenta sobre los vaivenes de su nueva vida de boxeadora. De repente hace una pausa, como si sonara la campana en pleno combate. Y reflexiona: “Lo que hablamos hasta aquí es la parte hermosa de mi historia”.
El ring de la vida Aunque no le resultó sencillo, Nazarena puede decir que les ganó a todos los rivales que enfrentó. Los de afuera del ring fueron los más duros: pobreza, entorno adicto y abusivo, droga, embarazo adolescente, delincuencia, hambre, violencia de género. “Viví momentos muy difíciles, pero quizá me tenía que pasar todo eso para que hoy esté aquí”, afirma. “No hubiera sido boxeadora si no me peleaba con mi mamá”, refiere sobre su decisión de viajar a Córdoba a dedo y con una hija en brazos. Tenía 17 años y venía de una difícil relación de pareja que tendría un segundo y casi trágico capítulo en nuestra provincia. Su refugio fue la Villa El Fachinal.
“Ya conocía y sabía que acá iba a tener dónde vivir y no iba a pasar hambre, porque el cordobés es solidario. En Recreo, si no trabajás en Arcor o en la Muni estás en el horno. La primera vez que vine tenía 11 años. Mi mamá me había pelado porque ya no sabía qué hacer para que no saliera, pero me puse una gorra y me tome el palo. Era terrible”, relata. Cuenta que durmió en una plaza y en la terminal de ómnibus, donde arrebataba pertenencias a pasajeros desprevenidos, y que trabajó en un taller de chapa y pintura y en una fábrica de tutucas hasta que, por casualidad, el boxeo apareció en su vida. “El deporte me convirtió en otra persona”, reconoce.
Por una sociedad menos desigual. Ser campeona del mundo y conocer otros países es algo que “Capricho” tiene entre ceja y ceja, pero no el único objetivo. Quiere completar el secundario y ser profesora en educación física (“no para hacer correr a los chicos en una cancha, sino para educarlos a través del deporte”) y también trabajar por una sociedad menos desigual: “No veo la hora de terminar de crecer y de ser alguien, para poder ayudar a los que menos tienen”.
“Hay un Estado ausente y el deporte no es la excepción. No hay ayuda ni incentivos. Un chico pobre no puede ir a un club porque no tiene para pagar una cuota”, opina. “Los políticos están muy lejos de la gente, viven en un mundo paralelo. Son pura foto. Se nota que nunca caminaron una villa. Donde vivo hay chicos de 12 años que están destruidos por la droga y chicas de 11 años embarazadas por violaciones”, relata. Y añade: “Yo pude zafar porque pedí ayuda y encontré buena gente, pero me siento parte de esa realidad. Nosotros no necesitamos plata o cosas materiales sino que nos guíen, nos acompañen, nos muestren el camino, nos hagan ver que podemos lograr cosas. Que no nos discriminen”. Hoy Nazarena vive en Villa Azalais con sus hijas Julieta (10) y Maia (6) y con Viviana, la mamá que vino desde Catamarca para ayudarla mientras preparaba su última pelea. “Se la quité a mis hermanos”, dice en alusión a David, Sabrina, Martín y Matías. “Estuvimos mucho tiempo separadas y ahora que la tengo acá no la voy a dejar ir”, agrega. Y cuenta que está de novia con Agustín Vergara, integrante del seleccionado argentino de boxeo: “Nos apoyamos mucho. Él también tuvo una vida muy dura”.
-¿Pensás qué hubiera sido de vos sin el boxeo? -Estaría muerta, no tengo dudas. Seguramente sería una víctima más de femicidio. Una menos. Yo denuncié, pero no me dieron bolilla. Pude superar el miedo e irme de mi casa, pero la Justicia es muy burocrática. Dios me ayudó mucho. Entre él y el boxeo me salvaron la vida.