Bastó una entrevista en la vieja confitería del hotel Austral, plasmada luego en una exclusiva publicada en las páginas de Diario Crónica para entender por dónde iba la cosa con aquel Goliat campero, de manos grandes y mirada pícara; enfundado siempre en su campera de cuero. Juan Domingo Roldán me habrá visto dos o tres veces más, en la previa de su pelea en la ciudad y en la comida posterior, en la mesa generosa que solía tenderse en “La Minuta” donde boxeadores, técnicos, periodistas y amigos solíamos polemizar, empanadas mediante, sobre lo visto en cada festival recién terminado.
“Hola Juan cómo estás…?”. En medio de un mundillo de gente que iba y venía, en la Terminal de Omnibus, el tal “Martillo”, el boxeador famoso que llegó a debatirse como un león herido en las luces de Las Vegas intentaba sorprenderme con la distracción del dedo en el hombro pero en el sentido contrario. La sorpresa funcionó. Y el pegador de Freire que peleó con un oso y ya era una figura con cartel propio en el Luna Park, se mostró con una carcajada, tal cual era.
Estaba entonces en camino a la ciudad de Pico Truncado donde había acordado una concentración en una casa cedida por Gas del Estado junto a su equipo, invitado por el promotor santiagueño –siempre recordado- Silvio Rodolfo Morón.
Una sola vez peleó en la ciudad, fue el 15 de mayo del 87 en el Socios Fundadores. Y allí, Juan Domingo Roldán arrasó con el brasileño Clarismundo Aparecido Silva reteniendo el título sudamericano de peso mediano. No hubo mucho para ver: “Martillo” dominó casi a voluntad, impuso su potencia de entrada y el moreno acusó recibo. Se lo veía doblegado y sin chances de sorprender. Así fue. Cuando el cordobés pisó el acelerador, un derechazo que sonó como un trueno en el estadio hizo que se bajara la persiana. Esa misma noche, en las preliminares Sergio Merani le ganó al veteranísimo Eduardo Domingo Contreras, un santafecino que durante años animó veladas en el Municipal con la promoción de Rafael Martínez y abajo, un joven y novato Robinson Zamora vencía por puntos a Raúl Machado.
Roldán, el hombre, tipo bueno que se hizo boxeador escuchando la radio; entre vacas y el rigor de la tierra dejó en la Patagonia la huella que muchos otros no dejarán jamás. Le bastaron un par de viajes para convertirnos en sus hinchas número uno frente al televisor; para ilusionarnos con cada una de sus demostraciones bravías y para terminar de inyectarnos –por si hacía falta- esa inyección pasional que convierte al boxeo en el deporte más lindo de todos.
Su muerte desde ahí, nos pega casi tanto aquella piña del Socios. Lo sentimos como un grande; un campeón sin que importe el cinturón; un boxeador de pueblo, forjado en el laburo y en el esfuerzo, capaz de moverle el piso a Hearns; de descifrar las piernas pero no el dedo en el ojo de Marvin Hagler y de hacer hoy, que todo un país se sienta triste. Hasta siempre campeón!.
Ismael Tebes/PdS.