La del 9 de agosto de 1985 fue la noche más triste del boxeo trelewense. El chaqueño Ramón Abeldaño despidió en el ring al guerrero más feroz de éstos pagos, Enrique Oscar Sallago, bajándole el telón a la carrera del campeón argentino e ídolo popular que no había perdido ni como amateur, ni profesional. Solo una vez se bajó derrotado, después de haber entregado el corazón y de haberse llevado el aplauso más conmovedor que alguna vez se escuchó en el gimnasio Municipal.
Ese adiós estuvo acompañado por una promesa. En las tribunas, junto a su padre, un pibe conmovido por el temple peleador del “Chueco” se juramentó “salvar” ese orgullo perdido y coronarse alguna vez campeón argentino. “Me dolió la forma que Sallago perdió esa vez. Me dio tristeza. Recuerdo que él cayó matando, terminó nocaut parado pero murió con las botas puestas. La gente se quedó muy triste y yo tuve la misma sensación”. Horacio Fabián Chicagual, el chico que se hizo boxeador, consiguió eso y mucho más. “Eso me quedó; me metí en el gimnasio con esa motivación. Y todavía tengo conmigo ese cinturón original, el verdadero que tuvo Santos Laciar y Carlos Salazar”. Ganó el título fuera del país –una rareza- y después en el 2.00 sumó el sudamericano de peso mosca ante Marcos Obregón, el mismo que se lo quitara de las manos tres años después en Puerto Madryn.
“Siempre tuve chances de pelear afuera pero nunca me dejaron. Era campeón argentino y sudamericano; estaba quinto en el ránking de la OMB y décimo en el Consejo pero no tenía para pagar el alquiler; peleaba dos veces al año. Me decían que no querían pelearme”. El “Cacique” reconoce el costado ingrato del boxeo y haber ganado mil pesos en la noche de su consagración como campeón argentino en 1999 frente a Adrián Ochoa en el Hotel Radisson Plaza de Montevideo. “Él tenía como cincuenta peleas y yo solamente ocho”.
Chicagual peleó profesionalmente durante diez años con un registro de 16 ganadas, 7 derrotas y 1 empate. Se coronó campeón argentino mosca el 20/11/99 en Montevideo, título que resignó ante Raúl Eliseo Medina en el 2002, en una de las dos versiones del histórico duelo chubutense. El sudamericano de la misma división lo conquistó el 10 de noviembre del 2000 frente al chaqueño Marcos Obregón, quien se tomó desquite en el 2003 en Puerto Madryn. El próximo 3 de junio cumplirá 50 años.
“Las dos peleas con el finado Medina (Raúl Eliseo, “Falucho”, el clásico de Trelew) fueron peleas lindas. A la gente le gustó y se llenó el gimnasio las dos veces que peleamos. Son peleas buenas que siempre se recuerdan”. Y como contrapartida asume que su revés ante el brasileño Wellington Vicente representó la pérdida de su invicto y del sacrificio que hizo tras emigrar a Capital Federal. “Ahí perdí todo, se desmoronó. Cometí errores y me hago responsable pero Dios me cuidó y no me pasó nada. Hoy la recuerdo como una anécdota”.
Chicagual asume que su fuerte fue la potencia. “Yo pegaba y se caían”, afirma. Y reconoce que la inactividad terminó quebrando su voluntad de fierro. “Yo peleaba como mucho, una o dos veces al año y después de perder con el brasileño me paré un año entero. Volví con Sergio Santillán en la FAB que me la dieron perdida y como tenía muchas deudas, después de otro parate, decidí volver. Me cansé de entrenar y no pelear. Sentía que el tiempo se me pasaba y que me querían usar de escalera para otros por dos mangos”.
La fuerza de la sangre mapuche que fluye por sus venas lo mantiene como único campeón con descendencia directa. “Mi familia tenía campos en Río Negro, mi abuelo vivía en la Precordillera y tenía ahí toda su descendencia. Después le sacaron el campo, los echaron y se tuvo que venir a caballo para Trelew con sus veinte hijos. De ahí vengo yo”, cuenta orgulloso de su raza.
“Dios rescató mi vida –dice desde una fé muy profunda- desde que acepté a Jesucristo en mi corazón. Tengo otro pensamiento, me cuidó cuando yo boxeaba y ha hecho un cambio en muchas situaciones. Para estar bien, hay que buscar a Dios. No hay otra”.
Horacio Chicagual asume que ser entrenador y tener su propio gimnasio sería un sueño pendiente. “El boxeo estará siempre en mi vida, fue mi sustento y mi trabajo y no pierdo la esperanza de preparar chicos. Nunca voy a olvidarme de la primera vez que ví unos guantes colgados en una pensión”, dice recordando en su infancia, la imágen de un ignoto púgil chileno que paraba en aquella pieza modesta y exponía sus elementos de trabajo en el tendal comunitario. “Jugábamos al futbol ahí hasta que nos puso los guantes, nos agarramos a piñas y terminamos con la narices rotas. Ahí nació mi amor por el boxeo”.
«“Siempre tuve chances de pelear afuera pero nunca me dejaron. Era campeón argentino y sudamericano; estaba quinto en el ránking de la OMB y décimo en el Consejo pero no tenía para pagar el alquiler; peleaba dos veces al año. Me decían que no querían pelearme”.
Repasó sus triunfos ante “Veneno” Faría Páez en Canal 9; el colombiano Hernán Berrío y el nocaut logrado en Comodoro Rivadavia, frente a Martín Ovando. Y también las “peleas que no fueron” ante el mexicano Fernando “Kochul” Montiel y el propio Omar Narváes. “En la primera me reemplazó el Panza Córdoba que perdió por nocaut y para la de Narváes existió un ofrecimiento de Mario Margossian para hacer un título argentino y sudamericano primero y después cuando me volví a Madryn pero estaba inactivo más de un año y tenía una semana de entrenamiento me ofrecieron un título del mundo. Terminó viniendo Luis Lazarte. Hubiera sido una buena pelea y creo que le hubiera gustado a la gente. Él fue siempre un gran campeón y lo respeto muchísimo: zurdo; técnico y muy bueno”.
“Pradeiro fue el único técnico que me dio bolilla cuando llegué a Buenos Aires. Acá no iba a llegar nada, andaba dando vueltas y me fui con doscientos pesos que me dio mi viejo. Siempre debía alquileres pero nunca me faltó para comer. Teníamos una amistad con Pablo Sarmiento y “Vaca Mala” Maurín y otros pibes del interior con los que compartíamos lo que había”.
Siempre con la consigna de “boxear para ganarse el mango” asume que los desplantes le permitieron despojarse de los rencores. “Una vez no tenía un mango, estaba muerto mal y fui a hablar con (Osvaldo) Bisbal en el café de la esquina de la FAB. Me miró de lejos y me dijo “Yo no te puedo ayudar, buscá ayuda por otro lado. Dejame tranquilo”. Después cuando fui doble campeón, me miraba de reojo. Fue lo más feo que pasé”, admite hoy el “Cacique” quien trabaja como auxiliar en la Chacra Escuela de Gaiman. “Hay gente que se acuerda de mí y que quizás me reconoce más que los que deberían hacerlo. Cuando dejé de boxear anduve de acá para allá y creo haber hecho mucho por Chubut. El boxeo es así, muy sacrificado y pocas veces reconocido pero me conformo con la gente que me saluda y se acuerda de mis peleas”.
I. Tebes/PdS.