“Soy yo, el que quiero ser”. Rafael David Cisterna siempre quiso pelear con los mejores y dejó el boxeo porque entendió que la vara no era lo suficientemente alta. Fue un noqueador que se hizo profesional por afuera de la FAB; se percibe “campeón” por esfuerzo propio y hoy es dueño de su propia historia; peluquero, solidario y colaborador.
“Apoyo a los boxeadores amateurs porque yo también lo fui y sentí que hubo un poco de discriminación. Yo viajaba a dedo para ir a pelear, a veces no comía y no quiero que eso le pase a los chicos que pelean”. Ideólogo de muchos cinturones que representan un “premio” que no se mide en plata, asume que el boxeo es un deporte que iguala, que aleja los miedos y que hasta puede cambiar la vida de las personas.
“Debuté a los catorce años en Apolinario Saravia, Salta contra un rival que tenía veinte. Y le gané. A los veinte llegué a Río Gallegos por una novia y comencé de contrabando a entrenarme en el gimnasio Rocha con Fabián Stout. Yo no miraba nada, no hacía guantes, entraba al ring a noquear y por eso me echaban. Hice 38 peleas en total con 2 derrotas”.
Se despidió invicto como profesional dentro de la WPC (“Por la edad, la FAB no permitió debutar sin mirar mi nivel”) en el 2.019. Hizo 7 con mayoría de nocauts y un empate. Despachó en hilera a Franco Monzón; Lucas Herrera, Pablo Zambade y Cristian Ariel Gómez y en la última ya en el 2019 a Daniel Vázquez en Río Grande. “Yo quería pelear con campeones y sentí que no tenía rivales acordes. No había obstáculos y me fui. Por eso decidí dejar el boxeo”.
Cisterna (41) nació en General Guemes, provincia de Salta, trabajó en el campo; de sangre wichi, casi no fue a la escuela; aprendió a leer con sus hermanas quienes lo criaron. Trabajó como camionero, toca la guitarra; fue seguridad de Hugo Moyano y dice haber aprendido a cortar el pelo siendo un niño. “Me dí cuenta que ganaba más trabajando en mi casa. Con lo que me pagaron cuando me fui; me compré una máquina y empecé a cortar el pelo. A veces lo hago gratis, participo en muchas acciones solidarias y me gusta enseñar peluquería para que muchos jóvenes puedan aprendan un oficio. Hoy puedo decir que vivo la vida que quiero vivir. Tengo dos locales en Río Gallegos y uno más en Piedra Buena”.
Cisterna dice rodearse de las personas que elige. Una de sus dos hijas –Agustina y Candela- tiene como padrino a Sergio “Maravilla” Martínez y él, desde la simpleza, no suele golpearse el pecho. Le hace una finta al orgullo, prefiere ayudar y el valor de lo simple. “Nunca cuento lo que hago o cuando ayudo. Vivo otra vida, soy empresario y puedo decir que no me ganó nadie”.