Sin saberlo, Mario Edgardo Matthysse resultó el primer eslabón de una cadena boxística que no se detiene. El “Cuervo” nacido en Esperanza fue un trotamundos de los rings; que como amateur peleaba seguido en la mayoría de los pueblos de Santa Fé y que siendo profesional, llegó al sur “solamente” para hacer una pelea aunque terminó echando raíces. “Hoy me siento más de Trelew que nadie”, reconoce ya jubilado, con 10 hijos y con 67 años.
Sin esconder un orgullo que le brota sanguineamente recuerda que Walter, su primogénito boxeador debutó de casualidad ante la falta de un rival en un torneo que organizó y que tanto Soledad como Lucas crecieron jugando en el gimnasio, mientras él se entrenaba. El destino lo pone ahora ante otro desafío: “Uno de mis hijos más chicos, Mario Edgardo Jr. tiene dieciséis y mide 1,73; eligió empezar a entrenar y si él quiere, lo vamos a hacer pelear. Podría decirte que pega tanto como Walter”.

Entrenó desde los trece y en enero de 1.976 (tal como recuerda con precisión) debutó como amateur. Hizo 33 peleas y recién perdió en la anteúltima para luego salvar el honor y despedirse con un nocaut. En 1978 ingresó en un profesionalismo que lo llevó a una larga aventura que terminó recién a los 33 años. Oscar Méndez y Oscar Rodríguez lo acompañaron en los primeros pasos y aún hoy, reconoce la sabiduría de José Lino Lemos en el subsuelo del Club Unión de Santa Fé, donde alguna vez entrenó Carlos Monzón. “El boxeo es un arte y quien no entrena, no tiene posibilidades de nada. Yo me dediqué al boxeo hasta que ingresé como instructor municipal y en el 91’ ingresé a planta en el sector de Mantenimiento. Terminé jubilándome como inspector de tránsito hace cinco años. Y como quiero sentirme útil y activo, trabajo como seguridad del intendente Gerardo Merino”.
“Trabajé mucho como seguridad o “patovica” en boliches y eventos privados. En treinta y cinco habré tenido cinco o seis incidentes en los que me encararon mal y tuve que aplicar un golpe. Por el boxeo conocí mucha gente de la noche y con el tiempo uno aprende, siendo seguridad no se puede andar a las piñas con la gente salvo que sea un caso extremo”.


Matthysse padre llegó a Chubut cuando tenía 27 años para pelear con Enrique Sallago y como arribó una semana antes, hizo cambiar los planes. “Terminamos peleando los dos en la misma noche aunque frente a rivales diferentes”. Mario lucía un físico imponente y un boxeo exquisito que lo llevó a plantarse ante pegadores temibles o primeras figuras. Con la vieja escuela puesta en acción, Matthysse padre peleó “con todos” incluyendo a Eduardo Domingo Contreras, un fino estilista que estuvo radicado en Comodoro Rivadavia, Antonio “Mono” Juárez (4); los chilenos Luis Alvarado, Víctor Nilo y Pedro Jofré Carrasco; los brasileros Felipe Carvalho y Helio Santana; el moreno panameño Jorge Pino Bermúdez, Mario Guillotti (2), Miguel “Puma” Arroyo, Marcelo Di Crocce; Ramón Abeldaño (2) y en 1988, a Jorge “Locomotora” Castro en el club Rácing de Trelew. El registro oficial incluye 38-13-7 pero seguramente hay muchas más…


“Después que perdí por nocaut con Guillotti; estuve como un mes en la luna hasta que empecé a entrenar. Después volví, hice siete peleas y las gané a todas por nocaut. Que yo haya sido boxeador no influyó en la decisión de mis hijos. Ellos lo eligieron, se criaron ahí; estaban conmigo, me acompañaban al gimnasio y jugaban en el ring. Veían cuando yo salía a correr o guanteaba. Yo los acompañé hasta donde pude. Walter al final no estaba en condiciones por los nocauts que tuvo que fueron por un descuido de él; Lucas llegó a lo más alto y hoy lo disfruta; Sole empezó de grande y es un ejemplo”. Recuerda haber colgado los guantes definitivamente cuando experimentó la sensación de “no ver” los golpes de los jóvenes que entrenaban en el gimnasio. “Ahí me dije “ya está”. Era el momento de dejar el boxeo”. IT//Fotos Archivo Daniel Feldman.