El secreto parece estar en la sangre, en la raíz que los liga más allá del apellido. El nene que se vestía de boxeador y tiraba piñas con una técnica que ya avisaba se convirtió hoy en un adolescente que por su constancia y dedicación, se parece un veterano. El gen Narváes tiene en Junior Andrés, al heredero ideal. El hijo del “Huracán” ya lleva 3 peleas; un par de concentraciones con seleccionados y el sueño de ser por sobre todas las cosas, campeón olímpico.
“El boxeo lo arranqué desde que tenía un año, ya tiraba piñas y veía las peleas de mi papá. Hasta los diez años había entrenado pero no me dedicaba por completo. Ahí me metí a entrenar todos los días y me gustó. Nunca sentí la obligación y mi papá nunca me obligó a boxear. Lo elegí yo porque me gustó”, describe el hijo del “Huracán”.
“Boxísticamente tenemos cosas parecidas y otras no tanto. Quizás nos parecemos en la velocidad y cantidad de golpes pero tenemos un boxeo distinto. Él es un boxeador de corto alcance y yo al tener más alcance y ser más alto, puedo mantener la distancia media o larga”, analiza con la misma visión estratégica que utiliza cuando se trepa al ring.
Convertido en el modelo del boxeador moderno; con técnica y un soporte físico de altísimo rendimiento, Narváes hijo es sin embargo un chico de barrio, polideportivo y estudiante secundario. “Me crié en el barrio Juan Manuel de Rosas, y voy al colegio 751 a cuarto año”, agrega.
“De chiquito entrené en el fútbol, que es un deporte que también me gusta. Ahora en la semana, por ahí me junto con amigos a jugar. Siempre hice deportes. Desde los 3 años ya hacía futbol hasta los 8; también practiqué natación y atletismo. Primero quería ser futbolista hasta que arranqué en boxeo y ahí cambiaron las cosas”.
A diferencia de la mayoría abraza un sueño olímpico que el gran Omar Andrés no pudo conseguir en sus tiempos de amateurismo, cuando él ni siquiera había nacido. “Mi principal objetivo es ser campeón olímpico. Es lo que más deseo y después, ser campeón mundial en el profesionalismo”.
“Creo que soy un boxeador inteligente, hábil que es difícil y siempre le pongo intensidad al combate. Tengo tres peleas, dos hechas en un campeonato hecho en Buenos Aires (versus Jorge Rosales y Diego Nieto) y después una en Bariloche, también ganada (ante Santino Romero)”, dice planteando una radiografía de sí mismo.
“Mi papá como boxeador fue una bestia. La velocidad y cantidad de golpes que tiraba era tremenda. Fue doble campeón mundial por doce años y fue de lo mejor. Como papá siempre me apoyó en todo. Ahora estamos más unidos por el boxeo y siempre está ayudándome y acompañándome en los viajes y en cumplir mi sueño”.
Su día y su hoja de rutina, no admite distracciones, ni tiempo ocioso. “Me levanto a las 7, me preparo y me cambió para hacer el primer turno. A las 8 ya estoy yendo a entrenar con “Peto” Ruíz para hacer la parte física hasta las 9 y media o 10. Vuelvo a mi casa, me baño y desayuno algo. Al mediodía como y desde las 15 entreno la parte técnica con mi papá hasta las 17. Ahí quedo libre del entrenamiento; meriendo, cena y a las 23 ya estoy acostado para volver a empezar al otro día”. Una muestra clara de que el apellido ayuda pero lo que cuenta, en esencia, es la voluntad que potencia al talento. Un pibe que entrena como grande; el hijo del bicampeón mundial que quiere aportar oro en la vitrina familiar.