El guerrero de rostro duro y zurda temible; que filtraba golpes explosivos y derrumbaba rivales como castillos de naipes solía convertirse en un hombre que portaba sus cicatrices con orgullo, en silencio. El gladiador indestructible tenía el corazón más grande para sostener a su familia y ser un vecino ejemplar. Un caballero de gesto duro que hablaba poco pero sonreía pícaro y orgulloso.
La Pampa boxística le debe un homenaje a quien fuera campeón argentino y sudamericano; llenaba estadios y movía hasta sus cimientos. Hugo Raúl Marinangeli es hoy un jubilado de 64 años que tiene siete nietos y un solo varón; una figura presente en su gimnasio; convertido en atleta, un formador que intenta replicar lo aprendido en otros tiempos y un peleador que no se deja ganar por la nostalgia. “No sé si las peleas con Castro fueron las más duras. Creo que las que hice con el “Potro” Ramos me costaron mucho más” dice sobre sus batallas más recordadas.
“Con Castro en Comodoro creo que regalé el título. Estaba muy entrenado pero me apuraron para subir al ring, no calenté y recuerdo no haberme vendado, algo que mi técnico solía hacerme durante una hora y media o dos. Salí reduro y estaba mal. Yo me tenía una fe terrible. Sufrí una caída, me tocó con una derecha y me quedé en el suelo, me temblaban las piernas. Sentí que no me respetaron para nada”.
“En la revancha en Santa Rosa le venía pegando una paliza, ganaba mínimo por cinco puntos ya que le pegué desde el primer round. Pero me confié en el último round, faltando un minuto y me embocó justo. El “Roña” no daba para descuidos porque era muy rápido y pegaba fuerte”, recuerda Marinangeli quien debutó como profesional en 1983 y en su recorrido peleó tres veces con Ramón Florencio Ramos (1 ganadas y 2 empates) y libró batallas ante Ramón Abeldaño; Jorge Pino Bermúdez y Lorenzo García entre otros. Noqueó en España a Paul Jones, disputó una eliminatoria con Carlos Santos en Marruecos y con el ranqueado Said Skouma en Antibes, Francia.
“Pólvora” como solían decirle en su tierra, recuerda haberse criado en el campo junto a sus ocho hermanos y escuchar por radio las peleas de Carlos Monzón. Y haber salido de Rucanelo, orgulloso de su humildad, donde estudió en una escuela rural y el boxeo se le metió en el alma. “Lo más lindo que me dejó el boxeo fue conocer otros países y a mucha gente. Uno de mis sueños era pelear en el Luna Park y lo cumplí, ahí me coroné campeón argentino. Yo era un triste albañil que no conocía a nadie y que salió adelante gracias al boxeo”.
El zurdo que se formó en la vieja escuela pampeana de Vicente Espinoza y Adhemar Tevez peleó en el exterior y cumplió sobradamente con cada una de sus metas. “Nunca soñé ser campeón argentino y sudamericano”. Recuerda que su mano izquierda era la llave de un contragolpe letal. “Mis técnicos eran bárbaros y sabían mucho; siempre me enseñaron a escapar con la derecha y volver siempre con la izquierda al pecho. Con esa mano gané más de la mitad de mis peleas por nocaut”.
“Hoy la juventud no es como antes. Uno entrenaba y ponía todo para ser alguien en la vida. Uno trata de hablarles y llevarlos pero es complicado porque los tiempos hoy son difíciles. Está medio bajo el boxeo de La Pampa; se hacen pocos festivales aunque hay pibes con condiciones”.
Marinangeli se siente querido en cada salida. Y reconoce al afecto como una caricia necesaria –y esperada- al reposar en cuarteles de invierno. “La gente me saluda y me abraza. Siento el cariño y realmente soy un agradecido de la vida”.