Otros tiempos y nuevos paradigmas. El boxeo de éstos tiempos abrió el juego para todo aquel que se anime al desafío. Se achicaron los estigmas y se abrió un abanico ilimitado para que el pibe del barrio y el estudiante universitario compartan la misma pasión, el mismo entrenamiento. “Antes el que boxeaba era el chico conflictivo, el que tenía problemas de comportamiento, el rebelde que le gustaba pelear en la calle”, describe Omar Andrés Narváes, doble campeón del mundo en dos categorías y récord de defensas mundialistas.
“Yo me crié en una familia humilde en el cual siempre tuve el amor de padre y madre y mis hermanos. Siempre hubo respeto. Era un chico diferente a los que boxeaban y por eso mi vieja no quería saber nada con el boxeo, pero era entendible. A nadie le gusta ver a un hijo a los golpes, inclusive hoy como padre de un hijo boxeador también me cuesta y lo sufro por dentro por más que no se note. Lo disfruto, pero lo sufro”.
“El amor –dijo el “Huracán”- por este deporte fue más fuerte. Comencé a boxear un año después que falleció mi mamá. Y a mi papá le tocó estar solo con nosotros, cinco hermanos varones y todo lo que le pedíamos era un “sí” y más si se trataba de deporte. En mi casa se respiraba fútbol y boxeo, sin saber mi viejo que le iba a tocar a un hijo boxeador”.
Omar asume que al deporte como formador, como una máquina “hacedora” de carácter. “En el ring uno siempre está solo. Contra tu rival y el mundo, hay que pelear con el entorno y convencer a los jurados y el público. Eso te va formando como persona. Hay que tener valentía para levantarse temprano; hacer una dieta, sacrificarse y cuidarte cuando los amigos salen y se divierten. Todo eso alimenta el sueño de querer ser un campeón, te forma en carácter para la vida y como persona”.
“Me consagré campeón en el estadio en el que miraba peleas de chico con mi papá que me hablaba de boxeo sin que yo tuviera a éste deporte en la cabeza porque yo quería ser jugador de fútbol, jugar a la pelota y como todos soñaba con ser Maradona”.
“De grande tener la posibilidad de reabrir el Luna Park después de muchos años; ser la pelea de fondo y coronarme campeón del mundo. Ahí empezó a nacer un sueño de cuando jugábamos con mis hermanos, a presentarnos a subir al ring. No solamente hubo quince mil personas sino que en el ring side estaba Nicolino Locche y muchos ex campeones del mundo. Yo lo veía y sentía el compromiso pero cuando sonaba la campana me olvidaba de todo”.
Narváes, asume haber conocido países del mundo que “nunca imaginó” y haberse despedido a tiempo, por una decisión tomada por él mismo y en el momento que consideró.
“Boxeé hasta que solo dije “basta”. Arranqué los 17 y mi última pelea fue a los 44 años. No me faltó ningún sueño por cumplir. Quise ser campeón del mundo y lo fui durante 12 años y 7 meses; fui campeón en dos categorías diferentes e inclusive lo intenté en una tercera. Por dentro estoy satisfecho con mi carrera y lo voy a seguir estando hasta el último momento. Tuve la inteligencia de decir hasta acá y acompañar la carrera de mi hijo. El empezó a pelear a los 14 años y eso ayudó a que mi retiro llegara para estar al lado de él”.
“El boxeo es un deporte muy sacrificado. No se gana plata boxeando incluso siendo campeón del mundo. Siempre se necesita del apoyo, primero y fundamental de la familia. Uno necesita zapatillas, guantes, vendas, ropa para entrenar, la comida de la dieta, los suplementos. Ni hablar de viajes. Muchas familias humildes no tienen la posibilidad de todos esos recursos”.
Y en la misma línea destacó la necesidad de rodearse de referentes positivos que eduquen “fuera de la casa” y que transmitan enseñanzas y valores. “Uno busca a esa buena gente. Muchos tenemos suerte y muchos no la tienen. La suerte no llega sola, a veces que saber buscarla”, describe. “Gracias a Dios tuve rodeado de buena gente que me fue armando y me fue educando. No es fácil. El camino es largo, pero cuando el sueño es más fuerte todo se puede”.
“Con pasión todo es posible. Para levantarse todos los días pensando en entrenar; olvidándose de los dolores del cuerpo, de pensar en todo lo que se puede hacer; no darse los gustos por ser un deportista. Los amigos quizás no lo entienden excepto cuando alcanzás la gloria máxima. Recién ahí se empieza a entender el sacrificio”. Fuente Mamba Sports.