Esquel significó para Antonio René Juárez, un verdadero “paraíso” boxístico. El cordobés –ahora con 62 años- reconoce haber encontrado en la Cordillera, un refugio deportivo; un momento de oxígeno y de calma hogareña. “Sentí siempre el cariño de la gente; nacieron mis hijos ahí y aún hoy sigo teniendo amigos. Vuelvo todas las veces que puedo”. Desde su hogar en Morteros, Córdoba el “Mono” recuerda con afecto y sin nostalgia en diálogo con Piñas del Sur. “Yo estuve siete años en el Luna Park, ahí me desarrollé y aprendí. Fueron a buscar a otro boxeador para radicarse y terminaron eligiéndome a mí. Me habló muy bien “Mingo” Malvárez y también Pedro César Duarte me decía lo linda que era la Patagonia”.
Pupilo de Juan Carlos Cuello, vivía en un hotel en cercanías del Coloso de la calle Corrientes junto a su esposa, quien lo alentó a afrontar el desafío en tierras sureñas. “Habían ido a buscar a Pablo Ferreyra que después terminó peleando conmigo. Sugirieron mi nombre y terminé viajando. Llegué en marzo del ’82 hasta enero de 1989”.
En Esquel, la figura del “Negro” Osvaldo Sosa es su referencia. “Muchas veces se puso los guantes conmigo. Me entrené y me cuidé porque tuve que poner siempre mucho de mí. Trabajé con lo poco que teníamos pero fui muy feliz”. Recuerda su dura pelea con el chileno Roca y su único nocaut técnico (“Por un corte nada más…”) cuando enfrentó a Miguel Arroyo por el título argentino. “Me costaba porque no tenía alcance y no pegaba pero me favoreció el ataque, obligaba a que me trabajaran y como acortaba la distancia, hacía que me golpearan con la menor potencia posible. Hice una carrera larga ya que fui profesional durante once años”.
Nació en Morteros el 18 de diciembre de 1956. Cerró su ciclo activo con 25 triunfos (solo 4 por la vía rápida), 31 derrotas y 13 empates. Debutó como rentado en 1977 GP a Guillermo Acevedo en el Luna Park. Peleó 2 veces con Héctor “Yeyé” Hernández; 3 con Juan “Brujo” Cabral; 4 con Mario Edgardo Matthysse, 2 con el ídolo comodorense Celestino “Ratín” Pacheco y 2 con el platense Hugo Luero.
“Cuando me fueron a buscar para pelear con el “Roña” Castro yo ya había dejado de boxear, tenía un gimnasio y enseñaba. Me la ofrecieron un viernes para pelear al viernes siguiente. Mi mujer no quería saber nada, había buena paga y al final fuímos”. Y reconoce aquella pelea como una “fiesta de despedida” en un lugar propicio: el escenario fue la discoteca Quasar, en pleno centro comodorense y hasta con un desfile de modas incluído.
“Castro tenía una costumbre, cuando iba a atacar movía los puños y sacaba la mano un poco para atrás, como para darle mayor recorrido. Yo encima le acortaba la distancia y le sacaba potencia. Yo no sufrí nada, porque tenía aire y mucha experiencia. Fue mi última pelea y aunque me ofrecieron la revancha, no acepté”.
En Esquel superó entre otros a Osmar Ochoa; Mario Guilloti, Nicolás Arkuszyn, Pedro Jofré Carrasco, Simón Escobar; el santafecino Antonio Ricardo Juárez; el panameño Jorge Pino, Hugo Avila; Carlos Lobo y el chileno Manuel Roca entre otros. En Trelew, PP con Enrique Sallago. El 23 de agosto de 1.986 buscó sin suerte coronarse campeón argentino medio mediano al perder por nocaut técnico con el salteño Miguel “Puma” Arroyo. A los 31 años hizo su última pelea, en Comodoro Rivadavia, el 24 de setiembre perdiendo por puntos en 10 rounds con Jorge Fernando Castro.
El “Mono” Juárez recuerda su paso por el sur como “inolvidable” al márgen de lo deportivo. “Me acuerdo de la gente de los clubes San Martín y de Belgrano y la Escuela 713, donde trabajé como portero durante seis años. Pensar en Esquel es para mí, un mimo al corazón”. Radicado en Córdoba, trabaja como empleado municipal desde hace casi dos décadas. Lejos del boxeo; disfruta de 2 hijos y 3 nietos recordando con afecto a Margarita, compañera de su aventura esquelina, fallecida hace 9 años.
“Con la pandemia nos mandan a todos a la casa pero gracias a Dios estoy bien. Vivo solo porque mis hijos ya están casados: Con el boxeo, nada, porque no hay apoyo, no renové ni la licencia de entrenador. Hoy hay que hacer un curso y es medio difícil”. Fiel a la consigna de que no puede olvidarse lo que se tiene en el corazón, el “Mono” Juárez se metió en la historia por las noches de estadio lleno; por una “revolución” boxística entre tanta belleza natural y porque el cariño, es inmune a cualquier almanaque.
Ismael Tebes/Piñas del Sur.