En Temperley, donde está su gimnasio, montó un comedor; dice que gracias a su esposa dejó “la joda” y recuerda su dura infancia: “Mi papá me cag… a palos”.
“Lo de ayudar a la gente con comida empezó en la pandemia. Había comprado el gimnasio en marzo acá en Temperley y me agarró. Estuve un año y medio sin poder abrirlo. No sabía qué hacer. Y entonces se me ocurrió armar una olla popular para 30 personas; vinieron más de 60″, describe Jorge “Locomotora” Castro (54), a LA NACION, su rol solidario que se inició allá entre marzo y abril de 2020 con la llegada del coronavirus al planeta.
Jorge «Locomotora» Castro en su gimnasio en Temperley donde todos los sábados entrega alimentos
Jorge «Locomotora» Castro en su gimnasio en Temperley donde todos los sábados entrega alimentos
“¿Sabés una cosa? Me hizo recordar mucho a mi infancia donde pasábamos grandes necesidades y yo estaba obligado a pedir, ¡para qué te voy a mentir, si no, no morfábamos! No me da vergüenza decirlo. Mi vieja era una humilde portera de un colegio y no le alcanzaba. Éramos seis hermanos varones y mis padres estaban separados. Son recuerdos duros de la vida”, rememora el Roña -otro de sus apodo, dado por el boxeo-. “Roña salió por buscar roña, porque vivía peleándome en la calle. Y ‘Locomotora’ porque siempre iba para adelante, siempre al frente y nunca retrocedía. Y ‘Negro’ porque soy un negro sucio”, se muestra así, con su humor al hueso, de calle, sin vueltas.
“Mi papá me c… a palos”
Sigue con su relato, siempre rememorando que aquella época más que sufrida lo marcó para siempre, no solo en su memoria, también en su propio cuerpo: “Cuando nos fuimos a vivir a Catamarca pasé mucho hambre. Mi mamá me mandó a vivir ahí con mi viejo que era alcohólico, no me trataba bien, bah, me c… a palos. Y la pasé mal, no teníamos para comer. Un día mi vieja me fue a ver, yo estaba flaquito, desnutrido, y nos llevó a mis hermanos a Caleta Olivia, que es donde nací. Estuve un año y después me fui al campo con los esquiladores, desde los 14 hasta los 15 años. Volví con guita y ahí me hice boxeador. Hoy reconozco que al final fui un tipo iluminado, tocado con la varita mágica, y llegué a lo que llegué con el boxeo”.
Llegó nada menos que a ser Campeón del Mundo en 1994 de la categoría “Middle/Medio”, cuando le ganó al estadounidense Reggie Johnson. “Por ser El Roña Castro recibo colaboración, soy consciente de que si fuera Juan Fulano no me darían. Traté de usar la fama para bien. Una cosa es contarlo y otra vivirlo. Abastecemos también a nueve merenderos y catorce comedores. Toda esta movida empezó con 30 personas y llegaron a venir 620 a buscar para comer. En pandemia lo hacíamos lunes, miércoles y viernes. Ahora los sábados reciben arroz, fideos, azúcar, yerba, tomates, polenta, lechuga, acelga, papa, cebolla, calabaza. Hoy como la pandemia aflojó bastante vienen 250 personas, más o menos, gente que necesita de verdad. La que empezó a laburar ya no viene. Tampoco los vivos que retiraban y después revendían en la feria. A esos los fui a buscar, escaparon como ratas del puesto, les saqué la mercadería, me fui y se la volví a dar a los vecinos que merecen todo. Fue duro y humillante, nos pasó de familias que de estar viviendo bien tuvieron que venir a pedir, terrible. Mucha no quería venir por vergüenza”, explica.
Así comenzó, hasta hoy: “Seguimos y no paramos. Me iba con un amigo al Mercado Central y empecé a manguear, a pedir puesto por puesto. Lo mismo con los mayoristas. Hasta la actualidad sigo haciendo lo mismo. Así le podemos dar mercadería a la gente que lo necesita. Que la gente coma para mí es sagrado. Ayudar para mí es muy lindo. Porque los que pueden tienen una realidad distinta. Siempre hay que mirar para los costados. Lo hago porque me da satisfacción. Me levanto a las cuatro de la mañana para ir al mercado porque me gusta, podría quedarme durmiendo si quiero, pero me encanta. Ah, me olvidé de comentarte que también fuimos hasta el Impenetrable chaqueño, recorrimos 2600 kilómetros llevando 10 mil kilos de mercadería”.
La tarea humanitaria de Locomotora también encontró eco en las prisiones. Brinda clases teóricas y prácticas de boxeo en las cárceles con su programa “Guantes por la vida”. “Les inculco que el boxeo es un estilo de vida, una disciplina que enseña a ser responsable con los horarios, levantarse temprano, tener una alimentación y un espíritu sano entre otras muchas cosas. Todo eso puede aportar este deporte también en las cárceles. Muchos muchachos han pasado por allí y gracias al boxeo y su disciplina pudieron cambiar sus vidas. Participé en 24 exhibiciones de box gratuitas y 30 eventos solidarios y me dio mucha satisfacción”, enumera.
“Mi mujer me dijo: ‘¿Hasta cuándo vas a vivir de joda?’”. El Roña reconoce que él también cambió y aplica desde hace tiempo lo que pregona tras las rejas en su propia vida: “Yo antes al día le ponía un toldo para que siempre fuera de noche, vivía de joda, iba a comer a todos lados, tenía invitaciones. Desde que me junté con Yanina hace ya una década, ella me dio el dulce durante los dos primeros años y después se puso seria y me dijo ‘¿hasta cuándo vas a vivir de joda?’”.
Jorge ríe y reconoce que su última mujer le puso los puntos: “Y así hizo que me diera cuenta de que estaba perdiendo el tiempo, que ya estaba grande, que tenía nietos… Ahora estoy en casa, vivo para mi trabajo, mi gimnasio, y me siento y estoy bien. Llegué a tener 170 pibes entrenando. Me gusta enseñar, subir al ring, todos quieren hacer guantes con el Roña. Ya no soy el mismo, pero llegué a ser campeón del mundo, no es poco. Ahora vienen como 130 desde que se pudo volver a abrir. Muchas mujeres. ¡Y hasta un hombre de 75 años, salta la soga, un fenómeno! Mi gimnasio es recreativo, no competitivo para que se maten a palos. Enseñamos la técnica, a aprender a dar los golpes, cómo se le pega a una bolsa, guanteo hacen conmigo porque no les pego, no entre ellos porque se lastiman. A veces hago como 25 rounds por día, por eso me ven así flaquito. Las clases son mixtas, tengo dos profes más, muy buenos, Maxi y Gerardo”.
Cuando pasea por Temperley todos lo saludan con cariño: “Yanina Sosa, mi actual mujer es de acá, ésta es la última, lo prometo. Ya no tengo más hilo en el carretel. Estoy con ella hace diez años. Tengo 15 hijos, con ella no tengo porque me hice una vasectomía -método anticonceptivo que se realiza a través de una cirugía sencilla en los conductos deferentes que transportan los espermatozoides-. Y 12 nietos, dos mellizos, igualitos a mí. Son caletenses. Todos mis hijos trabajan porque el papá ya no es más campeón del mundo, salvo Aonikenk (nombre mapuche) que tiene 12 años”.
Para el barrio es El Negro, Locomotora o simplemente El Roña, y él confiesa que está orgulloso de que lo quieran. Dice, medio en broma, medio en serio, no sabemos: “Te cuento una cosa, me hubiera gustado ser escribano pero no se me dio. Menos mal, porque si no no hubiese sido popular para poder ayudar a la gente”.
Miguel Braillard/La Nación.