El nombre de César Alfredo Villarruel se ganó un lugar en el boxeo argentino de las décadas del ’70 y ‘80, gracias a sus características de oponente que no entregaba concesiones bajo ninguna circunstancia. Tras una breve trayectoria en el plano amateur, debutó como profesional en 1976 y prolongó su carrera hasta 1985. Casi diez años durante los cuales tuvo sus puntos más altos con la obtención del título argentino (el 7 de noviembre de 1980, frente al cordobés Julio César Saba, en el gimnasio de Ramón Santamarina) y del sudamericano (14 de febrero de 1981, ante el brasileño Danilo Batista, en Independiente), en ambos casos en categoría supergallo.
Marcó una época en el boxeo tandilense. En categoría supergallo, obtuvo el título argentino en 1980 y el sudamericano en 1981. Los recuerdos de un abanderado del esfuerzo, que construyó una valiosa carrera y hoy está “agradecido a la vida”.
Villarruel construyó un recorrido que lo hizo subir 68 veces al ring en el campo rentado. Salió airoso en la mitad de ellas, perdió 25 y empató las 9 restantes. Extendió su vínculo con el box al dictar clases en la Universidad Barrial de Villa Aguirre y se aferró a otra de las pasiones de toda su vida, el cuidado y la preparación de caballos de carreras. En tiempos de recuerdos, hizo un repaso a su trayectoria.
-¿Cómo se dio tu llegada al boxeo?
-Se hizo un Campeonato de los Barrios y me anoté. Yo en ese momento vivía en Cerro Leones y venía todos los días a entrenarme a Santamarina. Lo organizaron Alberto Monje, Simonetti y otros muchachos que colaboraban. Hicieron un campeonato espectacular, entraron muchos clubes y se hizo en Defensa Tandil. Yo tenía algo de idea de boxeo, porque de más chico me entrenaba con el “Moncho” González, en la cantera de arena donde trabajábamos. En los ratos libres, nos envolvíamos las manos con arpillera y nos dábamos.
-¿Ganaste tu categoría en ese campeonato?
-Sí, la primera pelea fue contra Félix Molina, un muchacho con el que nos habíamos criado juntos en Machado y Saavedra, y que más adelante fue mi cuñado. Después, la final se la gané a Daniel Díaz, que también era del barrio. Yo representaba a Santamarina.
-¿En ese momento te planteaste ser boxeador?
-Ser boxeador es una idea que tenía. Y siempre fui terco. Es algo que no puedo explicarlo, tenía que ser así. Me pasó lo mismo con los caballos de carrera, era algo que yo quería y no paré hasta lograrlo.
-¿De qué manera se dio tu llegada al profesionalismo?
-Tuve suerte y muchas ganas. Por eso, con solamente dos años de amateur, pasé a ser profesional. Se necesitaban cuarenta peleas y yo tenía veintiséis. Me dijeron de ir a pelear a Mar del Plata, en una velada de la empresa Luna Park, que la organizaba Roberto Barrionuevo, cuñado de “Tito” Lectoure. Yo no era muy bueno, pero me habrán visto condiciones. Fue contra Oscar Silva, con quien ya habíamos empatado como amateurs. Volvimos a empatar, en mi debut profesional.
-¿Al poco tiempo peleaste por primera vez en el Luna Park?
-Claro, después de ese debut me llamaron para pelear en el Luna Park, contra Carlos Russo, y gané el 27 de marzo. Fui con el “Gallego” Pérez, de Benito Juárez, que andaba muy bien. Días antes habían sacado de la presidencia a Isabel Perón y el 29 me tenía que presentar a hacer la colimba. Por ese motivo, a los conscriptos que ya estaban les dieron un mes más y nosotros nos terminamos presentando en abril. Russo venía bien, pero le gané.
-¿Era especial pelear ahí?
-Para mí, era lo mismo en cualquier lugar, el Luna Park o abajo de un árbol. Lo que más me gustaba era boxear y además me pagaban. Aparte, nosotros estábamos muy necesitados de tener un plato de comida. Cuando peleaba en el Campeonato de los Barrios, llevaba la plata a casa y comíamos cuatro o cinco días. En ese momento era muy importante para nosotros.
-¿La misma actitud tenías con los rivales? Repasando tu carrera, se nota que no rechazabas ningún desafío.
-Jamás miré los pergaminos de los demás. No me interesaba quien era el que tenía enfrente. Una de mis últimas peleas de amateur fue con un pibe de Balcarce, el “Sordo” Bustos, que venía invicto y pesaba 59 kilos, contra 54 míos. Mi hermano había agarrado un horno de ladrillo para trabajarlo, en Cerro Leones, y había que “parar la olla”. Así que allá fui. Lo mordí por todos lados, le hice pelea y me la dieron empatada.
-¿En esas primeras épocas quien era tu entrenador?
-Pedro Rimovsky, porque justo él estaba acá. Estuve bastante tiempo con él. Después de ser campeón, en esos tiempos, no tuve entrenador. Pedía permiso donde pudiera colgar una bolsa y le daba.
-¿Notabas progreso en tu nivel?
-No sé, yo boxeaba. Muchas veces volvía con los ojos negros, pero me gustaba. A través del tiempo, uno va dándose cuenta que aprendió bastante arriba del ring. Al principio me pegaban más fácil. En realidad, nunca me dolieron los golpes.
-¿La constancia para entrenarte era otra de tus virtudes?
-Sí, eso es algo bueno que tuve. Puede decirlo Luis Quintela y todos los que entrenaron conmigo. Él me sacaba a correr y jamás le dije que paráramos porque estaba cansado. Me gustaba hacerlo, lo disfrutaba.
-Además, tenías muchas peleas por año.
-Si era por mí, peleaba cada quince días. Y eso que tiempo después de ser campeón lo hice entrenándome yo solo, por ahí con el grupo de Sergio Vega. Me buscaba las peleas. Tuve la suerte de que la gente me quería mucho. Y jamás fui para atrás, las pocas virtudes que tenía se hacían respetar.
ºTítulos y conflictos
-¿Cómo se dio tu primera chance de ser campeón argentino?
-Venía peleando bien y estaba entre los primeros del ranking. Había hecho el desafío a Sergio Víctor Palma, que era campeón argentino y sudamericano. Pero en el Luna Park no querían ese enfrentamiento, nunca supe el motivo. Cuando Palma ganó el título del mundo, se abrió el camino para mí a nivel nacional y sudamericano. Le gané la eliminatoria a Rubén Granado y quedé como rival de Julio César Saba, por el título argentino.
-¿Qué tipo de pelea fue esa?
-Salí con todo y lo tiré varias veces. En el tercer round me pegó un cabezazo y me hizo un corte impresionante. El médico no me dejó seguir, fuimos a las tarjetas y gané. Ahí tuve otra pelea previa, con el organizador, Marcos Vistalli. Me hizo firmar un contrato que me perjudicaba económicamente y yo no tenía escapatoria, porque la pelea ya estaba encima. Por eso me tuve que ir de Santamarina. Antes le dije de todo, menos bonito.
-¿Pudiste recuperarte rápidamente?
-Siempre tuve esa suerte de poder curarme enseguida. A los pocos días me llamaron de Buenos Aires para hacer una pelea con el “Moncho” Domínguez, en diciembre. Era dura, pero me gustaba y acepté. Fuimos con Pedro Rimovsky y paramos en la casa de Alberto Cantarelli. Pedro fue a ver el contrato, volvió y me dijo que nos volvíamos a Tandil. Ahí me enteré que la pelea era gratis, a beneficio de Nicolino Locche. Siempre dije que no quiero que nadie mueva un dedo para darme algo a mí. Ni loco iba a pelear gratis, encima para ayudar a alguien que en su momento había ganado 2 millones de dólares. Ahí quedé peleado con Santamarina y con el Luna Park.
-Sin embargo, pudiste ir por el título sudamericano.
-Porque era obligatoria. Al ser campeón del mundo Palma, yo como campeón argentino tenía la opción del sudamericano. Me dieron una gran mano José Solanilla y Miguel Calderón, del club Defensa, que se hicieron cargo de la organización.
-¿Cómo fue esa pelea con Danilo Batista?
-Hermosa, nos pegamos mucho, fue entretenida. El brasileño era regular, tenía sus virtudes. Le gané por puntos, en Independiente.
Derrotas de visitante y más rivales de fuste
-¿Cómo fue perder ambos títulos?
-Por el argentino, me mandaron a pelear a Salta, contra Luis Álvarez. No le quito méritos a él, pero la verdad es que no era yo el que estaba peleando. No sé si me apuné, pero me sentía mal. Y el sudamericano lo expuse en Chile, contra Juan Araneda. Me obligaron a usar nada más que un metro de vendas, con eso me tenía que arreglar. Creo que esa pelea la pararon de gusto, porque faltaba poco para terminar y se podía definir en las tarjetas. El chileno era bueno, años después me ganó en Comodoro Rivadavia.
-¿Más adelante tuviste otra chance?
-Claro, con el “Moncho” Domínguez, por el título argentino en el ’84. A él le podía ganar tirando todo de movida, así lo había hecho acá en Tandil. Pero decidí esperar un poco, me cortó y pararon la pelea en el octavo.
-¿Por esos tiempos volviste al Luna Park?
-Me volvieron a llamar y me ofrecieron pelear con Lucio “Metralleta” López. Hice buen papel, me ganó por puntos. Incluso Radio Rivadavia, con Horacio García Blanco de comentarista, me había dado ganador. Pero no podía perder el favorito.
-¿Quedaste amigado con la gente de Lectoure?
-Él se ocupó de mí. En dos días, me hizo el pasaporte para ir a pelear a Sudáfrica. Cuando estábamos para viajar, con el “Gringo” Pintore, surgió el tema de la pelea racial allá y se suspendió todo.
-¿Otro rival de alto nivel que tuviste fue Fernando Sosa?
-Fernando era un excelente boxeador, con gran técnica, me ganó tres veces. Ahí me pasó otra. Cuando él iba a pelear por el título del mundo, en Las Vegas, me eligió de sparring. Se le desprendió la retina y no pudimos viajar.
-Tu retiro fue contra Pedro Décima, que cinco años después llegó a campeón mundial. ¿Cómo fue esa pelea?
-A esa altura, yo entrenaba donde podía. Tenía una balanza de esas portátiles y antes de viajar estaba en 57 kilos. Me había comprometido a estar en 56, comí un bife, tomé un vasito de vino y me fui a Olavarría, donde íbamos a pelear. Cuando me pesé allá, me daba 61 kilos y medio. Le pedí a Pintore que me consiguiera un baño turco y me puse a entrenar. Dormí poco, hice de todo para dar el peso. Me ganó claramente y ni siquiera cobré, porque fue poca gente. Llegué a Tandil y le dije a mi mujer que no peleaba más. Se terminó todo.
-¿Qué te dejó el boxeo?
-Siempre digo que los golpes no me han hecho el efecto que les hicieron a otros. Tengo mis locuras, como todos, pero hasta ahora razono bastante bien. Estoy agradecido a la vida.
El Eco de Tandil.