Detrás de la guerrera que se plantó sin reparos en las luces del MGM de Las Vegas, hay una mascotera empedernida y una mujer que dice lo que siente. Lizbeth Crespo no descuida su entrenamiento y a pesar del aislamiento, trabaja “bajo techo” y en familia. “Hay que aprovechar lo malo de ésta situación. Entreno físicamente en mi casa, con mi pareja y entrenador Beto Quinteros hasta tanto se retomen las actividades. Solamente me doy algunos gustos con alguna comida permitida. Aprovecho para consentir a mis perritos queridos y haciendo todo lo que hay que hacer para matar el tiempo. Leo mucho, veo algunas series y además estoy haciendo cursos virtuales que dan en internet”.
Primero fue en El Paso, Texas ante la local Jennifer Han (título pluma FIB) en el 2018 y después, un viaje directo a Las Vegas para pelear con la invicta top Mikaela Mayer californiana; modelo y ex olímpica. En ambos casos, Liz dejó las puertas abiertas por su entrega y su determinación. “Ir al extranjero me ayudó de sobremanera para superarme en todo sentido, desde lo mental hasta lo físico, con motivación a full. Gané mucha experiencia, aprendí a confiar en mí con la certeza de que estoy a la altura de éstas grandes boxeadoras. Yo creo haberles ganado pero los jurados no tuvieron el mismo criterio. Me gustaría volver más que nada a ganar, con un jurado imparcial y justo”.
“Este año pienso únicamente en mantenerme bien y cuidar a mi familia, teniéndola a salvo de la pandemia. Cuando esto termine quiero ponerme diez puntos para la rival que venga”, describe la boxeadora boliviana radicada en Puerto Madryn.
A la par de sus actuaciones fuera del país, donde dice haberse enfocado en “fortalezas y debilidades” de sus oponentes destaca en el país, el duelo frente a la cordobesa Natalia Aguirre. “Esa pelea si bien estuvo pareja en un primer instante, en el último round pude conectar muy buenas manos y casi estuvo al borde del nocaut. Eso me enseñó a ser paciente y a esperar el momento para actuar y tomar decisiones”.
Para Liz el cariño del público y lo que se transmite, es la mejor sensación que le genera el boxeo. “Los que más me apoyan con mi pareja, mi madre Juana Prado junto a mi padrastro Guido Salazar, mi padre y mi familia completa, además de Andrés, un gran amigo que tengo en Chile”. Hablando de su carrera dice no arrepentirse de nada, asumiendo que “lo malo pasa por algo y se aprende. Solo cambiaría cierta gente que ha aparecido en mi trayectoria con intenciones malas, de eso es lo único que me arrepiento”.
«Junto con mi pareja ayudo y colaboro con una serie de acciones solidarias. Cocinamos y le damos a la merienda a muchas personas que lo están necesitando. Lo hacemos con muchas ganas y entusiasmo…» (Liz y su costado social).
“Me considero una mujer sumamente derecha y recta, amiga de sus amigos, compañera incondicional y además una boxeadora que nunca se echará atrás. Me considero súper femenina y creo ser reflejo de eso, sin estereotipos y sin perder nada de mi esencia en un deporte de contacto. Yo tolero todo salvo la mentira, el engaño y al abuso tanto a mí como al resto de las personas”, define.
En su faceta menos conocida, Liz Crespo habla de sus mascotas como parte de su vida. “Botkus es un caniche, el que le pusimos ese nombre por el perro de Rocky. La segunda es Daisy, una caniche toy y la tercera es Uma, de raza pastor alemán muy inte00ligente que está siendo adiestrada en estos momentos. Siempre he tenido perros, los amo y siento mucho dolor al verlos sufrir. Por lo mismo -y predicando con el ejemplo- todos tienen su veterinario de cabecera”.
IT/Piñas del Sur.